Todas las cosas tienen su lado bueno pero cuando suenan como una babosa arrastrándose en la arena, es hora de partir. Así que tomé mi toalla y me despedí. Guillermina no me miró, solo dijo chao y cerró la puerta. La multitud lo miraba y el mostró los dientes. El tubo succionador se encuentra defectuoso desde hace días y según el cuervo de la entrada sería necesario cambiar todo el circuito de succión, la reparación valdría más que el edificio mismo. Ya se cae a pedazos, pero lo quiero; me ha rodeado por décadas y ahora que conozco su historia, me siento parte de el. Olvidé mi pulsera, siempre me pasa. Guillermina abre que dejé mi pulsera en la mesita. La vieja se acercó a la puerta. Abre por favor, mi pulsera. Pero la vieja seguía inmóvil. Puedo escuchar tu respiración… Bueno ya, dijo y tocó la puerta con su dedo, disolviéndose la madera en humo impalpable, desde la que apareció un brazo felpudo que agarró el par de pulseras plásticas y se retiró. De nada, murmuró Guillermina. Al pasar frente al 202, Pedro Fufu salió a su encuentro. Hee, Oso, hee, le dijo. Me llamo Osito, dijo Osito. Osito, ven, ven, ven, dijo el inmigrante ansioso. ¿Qué? Dijo Osito. Mia, dijo Fufu apuntando al césped verde y frondoso que tapizaba su departamento. Aunque quisiera saltar y rodar como pokemones en el forestal, no lo haré, soy un mamífero civilizado, pensó. Respiró profundamente, expelió baba y un grito salvaje y desesperanzado a la cara del humano. Avanzó entre la multitud, un mar de caras que a pesar de los reclamos y constantes desalojos lograron apoderarse de los pasillos del edificio y hacer allí su vida. Pasó a llevar Osito una de las chozas y sin darse cuenta, toda una hilera de viviendas había sido destruida en el atentando, lo llamaron ¨Nieve Blanca¨, en honor a su pelaje Ártico. Ahora que los allegados se habían reproducido, la nueva generación de la multitud adquiría legalmente el metro cuadrado en que venían al mundo. Algunos metros pertenecían a varios terratenientes; gemelos o mellizos. Muévete perra que voy a parir, ah¡¡, fue lo ultimo que escuchó Osito antes de cerrar la puerta del 501 y encontrarse finalmente en casa. A veces no sé por qué salgo, debería aprender a volar y usar las ventanas como puertas. Un oso volador, suave como el algodón, pensó mirando al cielo. Soy delicioso.
Eran las cinco y diez de un jueves por la tarde. Los oficinistas comenzarían su regreso al hogar, las campanas lumínicas anunciaban misa. Guillermina todavía enojada por la rudeza de su amigo, pelaba papas con fuerza y emitía profundos sonidos con la nariz. Inhalaba con fuerza, hinchando rápido el pecho y al votar el aire, arrugaba el cutis pasa, haciendo desaparecer los ojos en una masa de piel. Hasta que en una de sus inhalaciones, el humo de Guillermino le penetró hasta el hipotálamo y la condujo en uno de los viajes más coloridos que experimentaría en su vida. Solo alcanzó a lanzar un tarro de desodorante ambiental a la terraza de abajo, en señal de repudio a la ilegal sustancia. Permaneció en el suelo de la cocina hasta la mañana siguiente y aunque se despertó con una sonrisa, esto la avergonzó aún más, impidiendo el oportuno llamado a las autoridades. Después de ducharse encendió el comunicator 88000000 y vio uno de los últimos capítulos de Venus, una novela ambientada en Marte donde la única mujer es Venus, sobreviviente de Venus, que atraída por la oferta debe elegir con quien continuar la especie. Un sonido ventoso y melódico anunció la presencia de Osito. Gracias, dijo apenas Guillermina le abrió la puerta. Sabes, he estado pensando, quiero mudarme. Hablemos después de comer. Desplegaron la mesa y la vieja colocó una hoya rebosando puré de papas, se sirvió un par de cucharadas en su plato mientras Osito esperaba ansioso. Voy a mudarme, repitió y entregó la hoya al animal. Este la elevó sobre su cabeza y dejó caer la pasta a su boca. Mudarte? dijo rebalsando el puré - si, ya no aguanto, ayer después de que te fueras, lo recordé. La cara de Guillermina tomó color luego de pensar en El. Ella no lo notó pero El no pudo evitar sentirse vacío, la comida perdió sabor, se le apretó la garganta. Guillermina, creí que teníamos un acuerdo, acaso no te gustan mis visitas? -Si, no es eso, es que no puedo evitar sentirlo; saber que es su música, sus olores, su luz por la noche. –pareciera que todavía lo amas.
La vieja permaneció sentada, contemplando su plato. Osito frotó una servilleta de papel contra sus labios. Permiso, dijo antes de dejar la habitación y pronunciar sentencieras palabras bajo el umbral: Nadie se ríe de Osito, nadie. Tu tampoco me querías¡¡ gritó la vieja al otro lado del portal hologramático, Osito siguió caminando, esquivando chozas, la señora Ku y su cría, carpas de variados colores. Llegó al 202 y golpeó la puerta. Aparecieron los ojos grandes de Fufu acompañados de un muauuu felino. Pasa, baby. Osito se recostó en el césped, sintió la hierba entre sus nalgas. Fufu había bajado las luces y sintonizado el canal de la selva ¨ Sonidos Salvajes¨. Ven, lame mis bolas. Que rico. Y el inmigrante acercó su lengua a los testículos de la bestia. Al primer contacto sintió un sabor salado y calido a la vez. Que rico, dijo. El oso se relajó hasta que presintió el clímax. Ahora Fufu, ahora. Y el oriental se alejó, dejando fluir libremente el semen que quedó estampado en la pared. Guillermina estaba en la ducha y creyó escuchar un rugido, pero no hizo caso. Agarró un extraño aparato del color de todos los metales y lo frotó contra sus tatuajes hasta que el color de estos brilló nuevamente. Pintó sus labios de rojo carmesí. Una gran fotografía colgaba de la pared del baño, tras dispensador de desechos. La retrataba en sus años mozos, a principios de siglo, cuando lo único que anhelaba una jovencita era disfrutar de la vida, las drogas, la libertad de género y hacer carrera. Ahora se encontraba en la post madurez y de la infinidad de machos con que había ponceado, su vecino de abajo, el primero con que se casara, era el único que recordaba en su senilitud.
miércoles, 3 de diciembre de 2008
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