por Macarena Molina
Todas las cosas tienen su lado bueno pero cuando suenan como una babosa arrastrándose en la arena, es hora de partir. Así que tomé mi toalla y me despedí. Patricia no me miró, solo dijo chao y cerró la puerta. La multitud de allegados me miraba y mostré los dientes, dejaron de sonreír. Al llegar al tubo succionador recordé que se encuentra defectuoso desde hace días y según el cuervo de la entrada, sería necesario cambiar todo el circuito de succión, la reparación valdría más que el edificio mismo que ya se cae a pedazos, pero lo quiero; me ha rodeado por décadas y ahora que conozco su historia, me siento parte de el. Olvidé mi pulsera, siempre me pasa.
-Patricia, abre que dejé mi pulsera en la mesita.
La vieja se acercó a la puerta.
-Abre por favor, mi pulsera.
Pero la vieja seguía inmóvil.
-Puedo escuchar tu respiración…
-Bueno ya, dijo Patricia.
Y tocó la puerta con su dedo, disolviéndose la madera en humo denso, desde la que apareció un brazo felpudo que agarró el par de pulseras plásticas y se retiró.
-De nada, murmuró la vieja.
Al pasar frente al 202, Pedro Fufu salió a mi encuentro.
-Hee, Oso, hee, repetía haciendo señas.
-Me llamo Osito, dijo Osito.
-Osito, ven, ven, ven, dijo el inmigrante ansioso.
-¿Qué? Dijo Osito.
- Mia, dijo Fufu, Apuntando al césped verde y frondoso que tapizaba su departamento.
Osito pensó en saltar y rodar besándose como adolescentes, pero, no lo haré, soy un mamífero civilizado. Respiró profundamente, expelió baba y un grito salvaje y desesperanzado a la cara del humano. Avanzó entre la multitud; un mar de caras que a pesar de los reclamos y constantes desalojos lograron apoderarse de los pasillos del edificio y hacer allí su vida. Pasó a llevar Osito una de las chozas y sin darse cuenta, toda una hilera de viviendas había sido destruida en el atentando, lo llamaron ¨Nieve Blanca¨, en honor a su pelaje Ártico. Ahora que los allegados se habían reproducido, la nueva generación de la multitud adquiría legalmente el metro cuadrado en que venían al mundo. Algunos metros pertenecían a varios terratenientes; gemelos o mellizos. -Muévete perra que voy a parir, ah¡¡, fue lo ultimo que escuchó Osito antes de cerrar la puerta del 501 y encontrarse finalmente en casa.
- A veces no sé por qué salgo, debería aprender a volar y usar las ventanas como puertas .Un oso volador, suave como el algodón, pensó mirando al cielo.- Soy delicioso.
Eran las cinco y diez de un jueves por la tarde. Los oficinistas comenzarían su regreso al hogar, las campanas lumínicas anunciaban misa. Patricia todavía enojada por la rudeza de su amigo, pelaba papas con fuerza y emitía profundos sonidos con la nariz. Inhalaba con fuerza, hinchando rápido el pecho y al votar el aire, arrugaba el cutis pasa, haciendo desaparecer los ojos en una masa de piel. Hasta que en una de sus inhalaciones, el humo de Pedro, su vecino de abajo, le penetró hasta el hipotálamo y la condujo en uno de los viajes más coloridos que experimentaría en su vida. Solo alcanzó a lanzar un tarro de desodorante ambiental a la terraza de abajo, en señal de repudio a la ilegal sustancia. Permaneció en el suelo de la cocina hasta la mañana siguiente y aunque se despertó con una sonrisa, esto la avergonzó aún más, impidiendo el oportuno llamado a las autoridades. Después de ducharse encendió el comunicator 88000000 y vio uno de los últimos capítulos de Venus, una novela ambientada en Marte donde la única mujer es Venus, sobreviviente de Venus, que atraída por la oferta debe elegir con quien continuar la especie. Un sonido ventoso y melódico anunció la presencia de Osito.
-Gracias, dijo apenas Patricia le abrió la puerta.
-Sabes, he estado pensando, quiero mudarme, dijo con voz ronca.
-Mejor hablemos después de comer, susurro Osito.
Desplegaron la mesa y la vieja colocó una hoya rebosando puré de papas, se sirvió un par de cucharadas en su plato mientras Osito esperaba ansioso.
–Voy a mudarme, repitió y entregó la hoya al animal. Este la elevó sobre su cabeza y dejó caer la pasta a su boca.
-¿Mudarte? dijo rebalsando puré.
- Si, ya no aguanto, ayer después de que te fueras, lo recordé.
La cara de Patricia tomó color, Ella no lo notó pero El no pudo evitar sentirse vacío, la comida perdió sabor, se le apretó la garganta.
-Patricia, creí que teníamos un acuerdo, ¿acaso no te gustan mis visitas?
-Si, no es eso, es que no puedo evitar sentirlo; saber que es su música, sus olores, su luz por la noche.
–Pareciera que todavía lo amas.
La vieja permaneció sentada, contemplando su plato. Osito frotó una servilleta de papel contra sus labios.
-Permiso, dijo antes de dejar la habitación y pronunciar sentencieras palabras bajo el umbral:
-Nadie se ríe de Osito, nadie.
-¡Tu tampoco me querías¡ gritó la vieja al otro lado del portal hologramático.
Osito siguió caminando, esquivando chozas, la señora Ku y su cría, carpas de variados colores. Llegó al 202 y golpeó la puerta.
Aparecieron los ojos grandes de Fufu acompañados de un profundo suspiro.
-Pasa baby, dijo Fufu.
Osito se recostó en el césped, sintió la hierba entre sus nalgas. Fufu había bajado las luces y sintonizado el canal de la selva ¨ Sonidos Salvajes¨.
-Ven, lame mis bolas, que rico, dijo Osito.
Y el inmigrante acercó su lengua a los testículos de la bestia. Al primer contacto sintió un sabor salado y cálido a la vez.
-Sabroso, dijo.
El oso se relajó hasta que presintió el clímax.
-Ahora Fufu, ahora.
Y el oriental se alejó, dejando fluir libremente el semen que quedó estampado en la pared.
Patricia estaba en la ducha y creyó escuchar un rugido, pero no hizo caso. Agarró un extraño aparato metálico y lo frotó contra sus tatuajes hasta que brillaron nuevamente. Pintó sus labios de rojo carmesí. Una gran fotografía colgaba de la pared del baño, tras dispensador de desechos. La retrataba en sus años mozos, a principios de siglo, cuando lo único que anhelaba una jovencita era disfrutar de la vida, las drogas, la libertad de género y hacer carrera. Ahora se encontraba en la post madurez y de la infinidad de machos con que había estado, su vecino de abajo, el primero con que se casara, era el único que recordaba en su senilitud. Salió del baño sintiéndose renovada. Una gran paz interior la invadía pero cuando llegó al piso de Pedro, no pudo evitar acicalarse y tiritar al mismo tiempo. Me muevo como una culebra, pensaba. -Voy a confesarle mi amor apenas abra la puerta.
Pedro figuraba en su habitación, mirando por la ventana una enorme nube. Entre las formas sinuosas de vapor que desde la tierra le parecía una montaña de merengue, distinguió unos ojos agudos y una sonrisa maligna: La perfecta representación de su vecina de arriba. Le sorprendió además, ser capaz de percibir su perfume picante. Sonó el timbre. Es Ella, pensó Pedro, instantáneamente una cascada de recuerdos atocharon su mente; imágenes que le parecían ridículas, casi falsas: Patricia con la piel estirada y una polera apretada, bailando reguetón entre un grupo de adolescentes espinilludos. Pedro intentando esconder un ramo de flores mientras camina rumbo al hospital y autos a petróleo circulan por las calles aún a nivel de piso. Patricia ingenua, limpiando la casa.
Sabía que se encontraba al otro lado de la puerta holográfica. Le dio miedo; Saberla ahí, esperando, con ánimo de conquistar. Sintió vergüenza. La misma mujer histérica, pero empeorada por los años. En su afán de evitarla, Pedro no salía del departamento a excepción de la hora del lobo: Cuando la oscuridad y el silencio de la noche se apoderan del que presencia los minutos más solitarios y fríos del reloj.
Pero Patricia continuaba de pie frente a la puerta, silencioso Pedro retrocedió, alejándose, respirando mudo y lentamente, hasta encontrarse de espaldas a la ventana. Se escuchó un aleteo acompañado de sonidos ventosos; era Osito que gracias a una hélice doble era capaz de moverse por el aire como una mariposa. Usaba un casco rojo que reflejaba el sol de medio día esplendorosamente.
-¡Salta¡ Y el viejo se lanzó a los fuertes brazos del mamífero, que lo llevó alto entre las nubes en un paseo que se extendió hasta el atardecer; momento culmine, anaranjado, rojo, rosa y morado. Observaron en silencio hasta que el sol se perdió en la tierra.
Aterrizaron el la azotea pero el viejo le pidió a Osito que mejor lo lanzara por la ventana dentro de su departamento.
-Seguro, yo tampoco quiero verla nunca más, dijo Osito.
La hora del lobo no tardó en llegar. En 60 minutos Pedro corría por los pasillos, era succionado al primer nivel, saludaba al pájaro y luego de cruzar el portal y pasar bajo el bosque de polímeros vegetales se introducía en un orificio negro ubicado en medio de la calle, cerraba la tapa de metal y caminaba el riachuelo de mierda subterránea hasta toparse con una figura alta y curvilínea; Era Nora, vestida de cuero camaleónico y botas altas de goma negra al igual que su cola suave. -Pedro querido, lo de siempre? El viejo asintió. Nora se acercó a los labios ñuscos y expelió una nube dulce de humo denso que se alojó en interior del viejo haciéndolo resplandecer en la oscuridad de la cloaca.
-Gracias, dijo mientras recuperaba el aliento. Sacó una pelotita dorada del tamaño de una arveja. -Dale mis saludos a tu abuela, dijo mientras se alejaba túnel arriba.
Regresó temeroso al edificio, la hora casi terminaba, la multitud todavía dormía. Al llegar a su puerta la tocó como de costumbre, pero nada sucedió. Se le aceleró el corazón. Al tercer intento logró saltar dentro de su departamento y su pie casi queda atrapado entre la imagen evanescente. Respiró profundo y el resplandor se extendió, se sintió liviano. Buscó una silla y se acomodó hasta que se quedó dormido.
Soñó con la nube con forma de cara de Patricia, avanzando en el cielo, mientras Osito y El se movían como un punto entre la gigantesca nube.
Cómo los animales se integraron a la sociedad:
Darwin previó el suceso, una puerta de esperanza para todas las especies menos la raza humana. Restitución. Durante un periodo de cinco años los animales evolucionaron más que en toda su historia. Comenzó cuando el primero miró y dijo… no me comas. El granjero corrió a buscar su escopeta y dio rápida paz al cerdo. Pero en el instante en que la bala atravesó la grasa, carne y hueso; el galpón entero rugió con el estruendo de 999 gargantas porcinas levemente humanizadas, Nuooooouuuooo¡¡. Los cuerpos rosados y tubulares, llevados a la obesidad debido a las hormonas se contoneaban intentando escapar de sus jaulas, la grasa tiritaba. Pero las atrofiadas patitas eran incapaces de elevar los pesados cuerpos. Más, la ira acumulada en las bestias pensantes supera la invalidez mórbida. Una chancha, del tamaño de un auto, comenzó a golpear su puerta de metal. Cada arrebato hacia aflorar gotas rojas desde su piel. La multitud se silenció mientras la chancha arrojaba con sus últimas fuerzas la masa corporal, hasta que atravesó el metal dejando libre a la piara.
La noticia del granjero muerto por mordiscos de cerdo apareció en el diario El Asombroso, junto a la foto de un bebé sin cabeza. Solo cinco bestias fueron recuperadas y fusiladas de inmediato, no pronunciaron palabra. Estos mártires, junto a la gran chancha que les dio libertad, se transformarían en los líderes espirituales del movimiento de emancipación animal.
La Piara se refugió en el bosque. Durante la noche salían en excursiones de diez en diez, no era fácil camuflar las huellas de las pequeñas pezuñas pero después de la primera semana descubrieron como catapultarse sobre las murallas del mall, usando el trampolín de los juegos infantiles del estacionamiento caían dentro del recinto. El cuerpo porcino es muy resistente. Buscaban en las tiendas ropa grande y pequeños zapatos para ocultar sus pisadas. Al amanecer, una vez abiertas las tiendas, podían confundirse entre las grandes señoras en vestidos floreados y salir a la sociedad.
lunes, 15 de diciembre de 2008
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